Y llegó el día. Eve se vuelve a Italia y yo inicio la odisea australiana.
Estoy realmente fascinado por los pájaros australianos. Es un placer verles volar en formación o escuchar sus escandalosas coreografías. Los amaneceres y atardeceres son los momentos en los que llegan al clímax, el ruido es ensordecedor y hace imaginarme que estoy en la jungla. Sobretodo porque abundan los loros, de todos los colores. Y entre todos ellos, los de cresta amarilla son los que más ruido meten. Y me encantan. Porque parece que me hablan cuando ruedo con ellos siguiéndome entre árboles
Es un sitio con tradición surfera…
Y aunque el trozo de costa más famoso es el que alberga a los “12 Apóstoles”,
lo cierto es que hay muchos sitios hermosos donde uno puede relajarse y disfrutar del sol y la tarde…
… antes de acampar y ser testigo del momento mágico de la caída del astro Rey
Los días pasan y la maquinaria empieza a engrasar. Para mí estos 1.000 km hacia Adelaide no son más que un calentamiento para lo que viene después. Empiezo a percibir qué es Australia, empiezo a aprender que aquí las distancias son descomunales y que hay que cultivar la paciencia y aprender a mantener la mente entretenida como sea. Debo preparar más la cabeza que las piernas.
Los australianos se me muestran gente cercana y amigable. Poco a poco voy viendo a auténticos personajes de película de Tarantino, algún día voy a por ellos, si es que logro entenderles alguna palabra… Porque con las ovejas no logro comunicarme. Me miran que me acojonan…
… y por ahora la vida es fácil. Hay pueblos más o menos cercanos,
buenos sitios para dormir…
… y verde.
Ya llegarán las vacas flacas. Seguro. Salgo hacia el Outback y creedme que le tengo muchas ganas.